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La Obesidad como Comportamiento Adictivo (página 2)




Enviado por Felix Larocca



Partes: 1, 2

Comer es un acto sacro, como lo es el de la reproducción.

"El pan nuestro de cada día. Dánoslo
hoy…
"

Como módulo nato, comer, posee mecanismos
fisiológicos establecidos que garantizan su
ejecución de manera programada y rigurosa.

Pero, como es un acto que será parte de nosotros
de por vida, es una acción
que se conformará a los cambios que experimentamos durante
las fases de nuestro desarrollo.

Cuando nace, el bebé es alimentado por la
leche
proveniente del seno materno cuya composición es rica en
el azúcar
lactosa, digerida por una enzima estomacal llamada la lactasa. De
inmediato, y a medida que el bebé crece y se acostumbra a
otras fuentes de
alimentación, la producción estomacal de lactasa cesa y con
ésta la habilidad del ser humano de digerir este
azúcar termina.

El resultado de la ausencia de esta enzima digestiva es
una condición desagradable que se conoce como la
intolerancia a la lactosa.

Nuestra pasión irreprimible para procurar el
sabor dulce viene programada en nuestro cerebro desde
antes del nacimiento. Mientras que algo distinto sucede con otros
sabores, como el amargo — también programado — que nos
presagia que comidas que se distinguen por esta
característica gustativa pueden resultar venenosas, como
sucede con la quinina, y que debemos evitarlos.

Como proceso
evolutivo, nuestros hábitos de comer experimentaron
mutaciones progresivas a medida que nuestro adelanto como especie
transformó nuestros hábitos de nómada tribal
a morador de aldeas y finalmente a ciudadano de metrópolis
enormes.

Al principio cazábamos y recolectábamos
frutas pequeñas y bayas. Luego, descubrimos el fuego,
domesticamos los animales y
comenzamos la siembra y el cultivo, lo que transformó
nuestras vidas drástica y permanentemente.

Esta lección, asimismo, es acerca de la comida
como adicción

Hablemos, entonces de los comportamientos adictivos que,
para todos son conocidos, sino familiares.

La comida como
drogas y
las drogas como
comida

En nuestro cerebro existen estructuras
localizadas en el sistema
límbico, conocidas como "centros de la recompensa".
Éstos, así se designan, porque, cuando ciertas
sustancias entran en nuestros cuerpos o cuando nos envolvemos en
actividades de naturalezas excitantes, los centros de la
recompensa nos "premian" por medio de la descarga estimulada por
neurotransmisores en nuestra sangre
resultado de lo que ingerimos — que nos producen placeres
enormes de naturaleza
gustativa y sensual. Lo que hace que procuremos las materias
estimuladoras asiduamente.

Tomemos el caso de una comida cuyo sabor produce una
descarga en el cerebro de índole positiva. El resultado
será que, a medida que esta comida se reintroduce en
nuestros cuerpos, el cerebro desarrollará un "arco
reflejo" que involucra la presencia de la comida, la
anticipación de comerla, y el deseo de ingerirla,
culminando en la urgencia de procurarla y la necesidad de
consumirla.

En sus clásicos experimentos, el
científico ruso Iván Pavlov, ganador del Premio
Nobel, describió este fenómeno en perros a quienes
condicionara en su laboratorio.

La figura siguiente representa de manera
esquemática el mecanismo del condicionamiento en un
perro.

Como podemos apreciar, el perro responde a todos
los estímulos relacionados con la comida y no a la comida
de modo exclusivo.

El mecanismo neuroquímico de este arco reflejo
era desconocido en tiempos de Pavlov, por lo que él no
pudo asociarlo a este fenómeno — Pero, lo que Pavlov
desconociera, hoy comprendemos.

Las drogas actúan asimismo estimulando de manera
más vigorosa los mismos centros del placer y de la
recompensa que ciertas comidas excitan. Pero, por la rapidez con
que las drogas entran el cuerpo y por la intensidad de su
acción, su potencial de adicción es mucho
más potente.

Comidas
adictivas

La noción de las llamadas "comidas adictivas" es
una de aplicación reciente; ya que comidas tan
disponibles, de texturas tan delicadas, con sabores resaltados
por la adicción de sustancias químicas y con
potencial adictivo — ni existían en nuestro estado
primordial, ni fueron programadas por la Naturaleza para la
supervivencia.

En la selva primordial, era un lujo extraordinario
encontrar comida. Encontrarla con regularidad o en abundancia era
un asunto improbable.

A ese ritmo nos adaptaríamos entonces, y no hemos
cambiado.

Comidas "normales" para nosotros, en el pleistoceno,
eran las cosas que pudiéramos encontrar en nuestro camino
en la búsqueda de qué comer para vivir.

Para comer, nuestro organismo fue dispuesto para adoptar
la estrategia de
alimentación omnívora, que significa: para comer de
todo. En tiempos remotos, esto nos hacía más
eficientes, más móviles y más adaptables —
aunque al precio de
poder
envenenarnos si lo que comíamos poseía sustancias
dañinas para nosotros — por ello la precaución en
comer, para evitar percances inesperados, regiría
suprema.

Los problemas que
nos hicieran evadir ciertas comidas que nos hicieron daño,
no nos impediría explorar y seguir experimentando, porque
estas dos últimas, son asimismo, tendencias con las que
vinimos programadas.

Tomar riesgos
exploratorios es parte ingénita de la naturaleza
humana.

Experimentando aquí y experimentando allí;
y, después de muchas diarreas y
dolores de barriga, si sobrevivíamos nuestros
experimentos, desarrollábamos una gama muy amplia de
posibilidades para alimentarnos. Mientras que otros vertebrados
superiores gozaban de las ventajas y desventajas que les
imponía una dieta especializada.

A menudo, la sequía o el fuego, que arrasaban las
llanuras fértiles, mataban casi todo el ganado, haciendo
la caza difícil para los carnívoros grandes y el
pacer para los herbívoros.

Para nuestra especie era diferente, nosotros nos las
arreglábamos con menos problemas, desenterrando
tubérculos, buscando semillas, explorando el sabor de lo
que encontráramos en los ríos, comiendo insectos
consumiendo carroña; cocinándolos, si
podíamos, y comiéndolos de toda manera.

Recordemos que éramos
omnívoros.

Ocupados en nuestras ávidas pesquisas
alimenticias encontramos la miel, los insectos, las aves, los
peces de los
ríos y también descubrimos el uso de los alcaloides
que alteran el estado
mental y, por accidente, descubrimos la fermentación del alcohol — lo
que no duda, literalmente, nos embriagaría,
llenándonos de gozos indecibles — indecibles, porque
aún no hablábamos bien.

Y, si hablar pudiéramos, luego de consumir el
alcaloide estupefaciente, lo haríamos con el habla
incoherente de la borrachera — lo que nos hiciera procurarlos
más.

Aún en la Biblia encontramos la embriaguez de
Noé. (Génesis: 20-23).

Antes de proseguir, es necesario recalcar que
todo lo que comemos contiene sustancias que, antes y
después, de ser asimiladas, actúan como mensajeros
químicos que desencadenan reacciones muy complejas en
nuestro cerebro, que abarcan múltiples regiones en el
mismo, y que no son limitadas a los centros del placer.
(Véase mi artículo: Comprendiendo el cerebro:
Una Guía Concisa para el Usuario y para el
Aficionado
).

Pintura prehistórica de una
persona
robando miel. Cueva de la Araña, España.
Observen la presencia de las abejas.

Por las razones citadas, todas las comidas que hoy
consumimos son potencialmente adictivas; resultado de la
añadidura de sustancias que las hacen más
suculentas y que para muchos son estimulantes de todos los
sistemas que
participan en el acto de comer y en el de la recompensa
cerebral.

El
chocoholismo y la adicción al azúcar,
situación especial

Estos dos tipos de comestibles merecen una
mención especial. Porque debido a su gran popularidad
permanecen al centro de toda actividad de comer por placer y
porque ambas son adictivas por su actividad
biológica.

El chocolate contiene en su composición una
molécula llamada la anandamida, relacionada a la marihuana, y
que actúa en el cerebro, como lo hace esta misma droga. El
azúcar, por su parte, se ha demostrado, que sigue un
proceso de metabolismo
idéntico al de la cocaína lo
que resulta en que estos dos ingredientes, ubicuos en nuestras
mesas, logren ser clasificados como adictivos.

La comida como droga — la droga como
comida…

La evidencia demuestra que el comer, en exceso y por
placer, y el consumo de
ciertas sustancias controladas involucran los mismos circuitos
cerebrales actuando de manera idéntica. Lo que nos ofrece
una oportunidad de apreciar la semejanza que existe entre ciertos
comestibles y los estupefacientes.

La pregunta importante aquí sería,
¿cómo comidas y drogas afectan el cerebro de la
misma manera?

Veamos

El sistema en el cerebro que ambas, las drogas y las
comidas sabrosas, activan; es el de los circuitos que
evolucionaron para recompensar comportamientos esenciales para
nuestra supervivencia. Una razón por la cual los seres
humanos se sienten atraídos por ciertos sabores es por sus
propiedades placenteras, y estimulantes del centro de la
recompensa del placer.

La experiencia del
placer

Cuando se registra el placer, nuestros cerebros, por
medio de reacciones
químicas, "aprenden" a asociar la experiencia
deleitable con las señales
y condiciones que la anticipan y la producen. En otras palabras,
que el cerebro "recuerda" no sólo el sabor de lo que lo
estimulara sino que asimismo retiene engramas de las acciones y los
comportamientos que se asociaran a la experiencia deleitable.
Esas mismas "memorias" se
tornan más y más arraigadas a medida que el ciclo
que las despierta, las incita y las sacia, se repite — al
final, convirtiéndose en algo permanente — estableciendo
la presencia de un patrón reflejo de conducta o
círculo vicioso.

Cuando se piensa en esa comida, automáticamente,
se anticipa el goce que de ella deriva. Resultando en que si a
alguien le agrada algo de manera acentuada, el acto mismo de ser
re-expuesto a lo que agrada — aunque estuviera fuera del
alcance, como viendo un anuncio en la TV — provocará el
deseo de consumirlo.

En círculos científicos, esto se conoce
como condicionamiento.

Drogas, como el tabaco, el
alcohol o el azúcar son especialmente eficientes en su
función
de estímulos condicionantes, esencialmente por virtud de
sus propiedades químicas. Todas pueden incitar de modo
directo las áreas del cerebro involucradas en el placer de
manera más eficiente que lo reforzadores naturales, como
son la comida común, o la actividad sexual. Siendo
así, porque con las drogas se puede lograr una respuesta
exagerada (supra-fisiológica) de placer — debida en
parte, a que la droga suele llegar al cerebro muy
rápidamente — logrando la recompensa procurada de manera
inmediata.

Con reforzadores naturales, como la comida "natural" el
proceso de activación de los circuitos del placer es
más lento. Lo que explica la razón porque evitar el
entorno donde el ciclo se estimula — para los adictos — es
una buena idea, ya que la activación en este caso, es
inmediata.

Ahora veamos cuáles son, los mecanismos activados
cuando se despiertan las ansiedades para el consumo de
drogas

La respuesta inmediata y anticipada a la espera de una
recompensa es un aumento de los niveles de dopamina cerebral,
tanto en los perros de Pavlov, como en los seres humanos. La
dopamina acarrea la información necesaria para la
supervivencia, como son las alertas acerca de la posibilidad del
sexo
reproductivo, de la cercanía de comida para alimentarnos,
y como igualmente lo hace cuando confrontamos peligros o sentimos
dolor.

El cerebro humano, por razones de adaptación, es
un órgano muy sensitivo a los estímulos
provenientes de lo que nos proporciona seguridad y de la
comida, en especial. Existen pruebas de que
cuando se presentan a ciertas personas sus manjares favoritos, a
los que hayan sido previamente condicionados, se registra un
aumento de dopamina en el cuerpo estriado que es una
región cerebral envuelta en la recompensa y la
motivación de comportamientos. Este incremento es
simplemente resultado de ver y de oler la comida,
porque durante los experimentos, a los participantes se les
informa, que no podrán probar los comestibles que tienen
por delante. Esta es la respuesta idéntica que se obtiene
de adictos presentados con la misma situación. Se anhela
aunque no se pueda obtener.

La presencia del estímulo basta para desencadenar
la reacción fisiológica.

Sistema de recompensa
cerebral

Igualmente en los cerebros de adictos a las drogas y en
los de algunas personas obesas se encuentra una reducción
del número de los receptores de dopamina D2 en el cuerpo
estriado, si éstos se comparan con los de quienes no
abusan las drogas o con otras personas de peso normal.

Quizás lo que estos hallazgos sugieren es que el
cerebro está, de alguna manera, tratando de compensar por
las oleadas repetidas de dopamina que recibe, resultado de la
estimulación constante provenientes de drogas o de comida,
actuando como droga.

Algunos experimentos demuestran que en personas adictas
a la cocaína, al alcohol, a los opiatos, al azúcar
y a otras sustancias similares los receptores D2 están
igualmente disminuidos.

Con el uso crónico de las drogas, por la
estimulación repetitiva de los sistemas de dopamina y
otros confederados, eventualmente se llega a una
disrupción de la función frontal cortical en
áreas que se involucran en la regulación
inhibitoria de emociones y
comportamientos. (Véanse mis trabajos al
respecto).

En los obesos se ha demostrado que la pujanza por la
comida es tan poderosa que impide toda habilidad para ejercer
control,
desencadenando los interminables empaches, tan amargos en su
conclusión final.

Comidas
reforzadoras

Son comidas de composición calórica densa
— particularmente las que contienen azúcar y grasas en
grandes proporciones — Éstas son las más
proclives a desencadenar el comer compulsivo. Lo que tiene
sentido, desde la perspectiva de la Naturaleza.

Como cazadores-recogedores que fuéramos, casi
nunca tendríamos éxito
en la obtención de comidas altas en calorías porque éstas eran muy
escasas; lo que significaba que teníamos que contentarnos
con alimentos
relativamente bajos en contenido nutritivo, comparado a lo que
hoy acostumbramos.

Así, que cuando encontrábamos alimentos de
alta densidad
nutritiva — como son los que hoy consumimos — era de nuestro
mayor beneficio, comer en exceso y, por placer, para acumular
como grasa en nuestros cuerpos el exceso de calorías
disponibles. Por ello, las grasas, los azúcares y las
comidas condimentadas nos condicionaban a desearlas. Así
que consumíamos de este tipo de alimento, todo lo
más que pudiéramos — como todavía
hacemos.

Pero, nuestra gordura no persistía, porque, como
así no comíamos todo el tiempo,
lograríamos perder, como secuencia natural, las libras
transitorias acumuladas.

El escenario ha cambiado.

Hoy, si abrimos la nevera, la encontraremos abarrotada
de sustancias cargadas de calorías, de sabor estimulante,
y con más potencial de engordarnos que en el estado
natural — menos, la labor requerida para obtenerlas.

Así
engordamos…

Nuestros genes han cambiado muy poco durante la evolución. Estamos programados
hereditariamente para el acumulo transitorio de grasa en nuestro
cuerpo. Grasa que almacenábamos porque la Naturaleza lo
permitiría para compensar por los períodos
alternativos de escasez y
abundancia.

Actualmente, en nuestro medio, sin períodos de
escasez alguna; estamos rodeados de comestibles excesivamente
grasosos y adulterados en demasía con la adición
del azúcar. Esta forma de abundancia es factor que
contribuye al avance de la epidemia de la obesidad en
todas las edades.

Las respuestas condicionantes son increíblemente
poderosas en lo que respecta a los alimentos: cuando se pasa
frente a una máquina que vende golosinas y se ven las
barras de chocolate, éste último se desea aunque no
se tenga hambre — lo mismo sucede si es que se observa en una
revista.

Pero, de no verse, los chocolates y su consumo no
entrarían en la mente.

Se sabe, como resultado de estudios de grupos de gemelos
que el 50% de las adicciones de
comida y drogas es combinación de factores
genéticos y del entorno.

Lo que sucede, es que los genes envueltos entran en
juego a
niveles de actividad diferentes — desde la divergencia de
cómo distintas personas metabolizan las drogas o lo que
comen; a diferencias tales como son la posibilidad de que algunas
personas y no otras se encontrarán envueltas en
comportamientos que indican riesgos .

En el caso de la obesidad, algunas personas, pueden
estar a mayor peligro para el desarrollo del comer compulsivo
porque son hipersensibles a las propiedades compensadoras de la
comida.

Un estudio demostró que algunas personas obesas
poseen una eficacia
gustativa incrementada en respuestas provenientes de la boca, de
los labios y de áreas localizadas en la lengua.

La hartura
nocturna…

Para ellos, comer, puede ser mucho más placentero
que ningún otro reforzador natural, incluyendo la
actividad sexual.

Asimismo, otras personas no son muy eficientes en sus
respuestas a las señales internas que indican la saciedad.
Éstas serán más vulnerables a señales
del entorno que despiertan comportamientos placenteros
condicionados: "Come otro pedazo de biscocho — se celebra el
cumpleaños una vez al año".

O sucumbir al efecto de la imitación que se
origina en la actividad cerebral de neuronas de espejo, descritas
en muchos de nuestros artículos.

Pero, la obesidad no es simple…

En un estudio reciente, personas obesas a quienes se
implantara un estimulador gástrico. Aparato que activaba
eléctricamente el nervio vago, causando la
expansión del estómago resultando en una
sensación de llenura — demostraron, que aún
así, no perdieron de peso.

Lo que parece indicar que existen mecanismos
condicionados que neutralizan el efecto de las señales
reguladoras.

Este último hallazgo, posee connotaciones enormes
para quienes ponen su fe en las cirugías gástricas
como solución para el problema de su obesidad.

El hecho de que, para algunas personas, existen
áreas de solapamiento entre el comer compulsivo y el uso
de las drogas, parece ser indicación de que tratamientos
farmacológicos efectivos son inminentes, en su
desarrollo, para tratar este tipo de obesidad y su origen, el
comer compulsivo.

Pero no es así

Uno de los mayores obstáculos para cualquier
persona tratando de recuperarse del comer compulsivo, es el obvio
hecho de que hay que comer para sobrevivir, y de que no
hay que usar drogas
para los mismos fines.

Para los adictos, a menos que no sean el azúcar,
el tabaco o el alcohol; las drogas hay que asumir riesgos para
obtenerlas. Mientras que las sustancias anteriormente mencionadas
son ubicuas y aún se ofrecen a cualquier edad y grupo, como si
fueran inocuas — lo que bien sabemos no lo son.

Cuando decimos que deben de evitarse los lugares que se
asocian con el hábito, reconocemos que no es tan
fácil evadir lo que a nuestro paso se encuentra con toda
la frecuencia posible — la comida rica y apetitosa.

Finalmente, estudios en ratas con el uso de la Naloxona
(sustancia antagonista de la morfina) demuestran con claridad
convincente que tanto el azúcar, como la morfina, generan
dependencias químicas y que la exposición
crónica a dietas altas en calorías genera
dependencias físicas, y más adelante dependencias
psicológicas.

Que el azúcar se comporta como droga en nuestro
cuerpo, es así, aunque algunos, insensatamente, se
empecinen en negarlo, — a pesar de que nadie logra
refutarlo.

En resumen

Las adiciones no son asuntos de capricho ni de actividad
social. Sino que son respuestas reflejas mediadas por la
actividad cerebral a la ingestión de ciertas sustancias,
sean éstas alimenticias, recreativas, o ambas.

El núcleo estriado y otras estructuras,
acompañadas por la acción de la dopamina y otros
neurotransmisores, en sus dinamismos, son factores de importancia
que nos indican de la enormidad del problema en todas sus
ramificaciones.

La cura de la obesidad es elusiva y permanece
recóndita.

Si bien reconocemos que la motivación
es crucial, para el tratamiento de la gordura, como ya hemos
visto en tantos de mis reportes: la motivación sin la psicoterapia,
generalmente, será infructuosa.

Por la misma razón, las dietas restrictivas son
la misma enfermedad que pretenden curar…

Es por ello que, una vez, afirmara: Que perder de
peso es como aprender otro idioma…
(Larocca,
1994).

Bibliografía

Suministrada por solicitud.

 

Dr. Félix E. F. Larocca

Partes: 1, 2
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